Donde todo comenzó
Por aquella época, el grupo corporativo para el que laboraba tenía un convenio con Centrum Católica; gracias al cual, los colaboradores podíamos postular al programa MBA Gerencial a un precio, de lejos, barato. Luego de conversar con mi jefa, la decisión se convirtió en proyecto: allí fue donde comenzó el estrés de la maestría.
Mis miércoles y sábados jamás volverían a ser los mismos. Durante casi 20 meses, viví (o dejé de hacerlo) entre sesiones de clase, la biblioteca, DARSA, DOCSIS, los cubículos y salas de estudio, los libros y las carpetas de materiales, la intranet, los tableros con nuestros nombres, el café, más café, RedBull, la bodeguita, el ceviche, el chifa, el pollo a la brasa, el estacionamiento de adentro, el estacionamiento de afuera, las chicas que venían a encuestarnos, las chicas de los otros programas, el personal de seguridad, el ascensor, las escaleras, las aulas, el 303, los baños, la cafetería, Skype, las amanecidas, los controles de lectura, las tareas, los exámenes, los avances de la tesis, los profesores, pero sobre todo, mis compañeros de promoción.
Lo que más extrañaré de la maestría
Así como yo, cada uno de mis compañeros maestristas inició el programa con ilusiones, sueños y expectativas; cada uno sacrificó invaluables momentos de familia, de pareja, de diversión, de descanso. Junto a todos ellos —ya que 42 comenzamos y 42 terminamos— sobreviví la maestría, compartiendo cientos de vivencias, las que fui narrando en mi blog, Crónicas de maestría; el que queda, desde hoy, como un registro perenne, un testimonio real de que sí se pudo, de que sí es posible.
Sé que el lazo que ahora nos une será difícil de romper; como dice una frase anónima:
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