En el aula, el ambiente se sentía cargado de tensión; a la que pensé que sería inmune. Talvez era la solemnidad de todo el proceso: la espera en el auditorio, la procesión hacia el aula, el hermetismo de los coordinadores y auxiliares. La seriedad de toda esa gente bonita, como la llamaría Lizette Landeras, me contagió.
¡Chispas! Empezó el examen y bueno, el nerviosismo propio de este tipo de pruebas invadió la sala. Oigan, si alguien odia a los extranjeros ¿es xenofobia o misantropía? ¿Y si un terreno se encuentra abandonado sin cultivar? ¿es baldío o baladí? ¿El agnóstico duda de la existencia de Dios? ¿o acaso es el pragmático? ¡Oops!
Dos horas después, manejando de regreso por la Av. Primavera, pensaba si tendría posibilidades de ingresar a pesar de haberme faltado tiempo para responder diez preguntas. Ya lo sabré en el transcurso de la semana.